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Borrachera de poder

de Claude Chabrol

Estreno 11/05/2007

Extras

  • Entrevista a Claude Chabrol
    Abre la película con esta advertencia: "como se suele decir, cualquier similitud con personajes reales es totalmente fortuita..." Es una buena burla contra la realidad en la que se inspira la película...
    Lo he hecho sobre todo para decirle al espectador que debe dejarse llevar por los posibles parecidos, pero sin buscarlos. De hecho, nos las hemos arreglado para no nombrar a ninguna persona que exista en la realidad. ¡Así que se trata de un universo totalmente ficticio! Sin embargo, y a pesar de que hay personas bien definidas por la realidad de la historia, la película da a entender que entre los que detentan el poder también hay algunas personas a los que se podría llamar canallas y que habría que aplicar agua a presión para que desaparecieran...
    Cuando decidí hacer esta película, empecé enumerando una lista de trampas en las que no debía caer y por encima de todo la de la identificación inmediata y la del imaginario absoluto. Porque resultaba evidente que si la película no tenía ninguna relación con la realidad, no iba a resultar interesante. En realidad, lo que me interesaba era probar la verosimilitud de los acontecimientos que se relatan comparándolos con una realidad familiar.
    En Francia se hacen muy pocas películas sobre escándalos político-financieros.
    En los años 70 se hicieron trabajos de denuncia, como por ejemplo las cintas de Yves Boisset. Pero en mi caso, no he querido denunciar acontecimientos que todos conocemos, sino más bien mostrar cuáles pueden ser las repercusiones en el espíritu humano de un poder, sea el que sea, y hasta dónde puede arrastrar a los individuos.
    ¿Qué tipo de investigaciones ha realizado?
    He leído recortes de prensa y obras publicadas en la época en la que se produjo este escándalo. Pero en varias ocasiones me encontré con artículos que ofrecían versiones contradictorias, así que tomaba la que más encajaba con las necesidades del guión. En mi opinión, esto es lo que debe hacer cualquier buen historiador, y es por esa razón que en historia no existe una certidumbre completa.
    Se nota cierta inclinación por expresiones que a pesar de todo no resultan literarias.
    Sí, es cierto. He intentado evitar las expresiones literarias, sin por ello evita la jerga política. Hay sobre todo una frase de la que estoy especialmente orgulloso, cuando el senador Descarts declara con deleite: "¡Los negracos están cabreadísimos!". Es la típica frase de político.
    Pasa usted de un reto colectivo a un reto intimista, con una fluidez desconcertante.
    Para mí era fundamental. Es cierto que cada vez me gusta más la fluidez, sobre todo porque ya casi no la encuentro en el cine. En la actualidad hay un gusto por el staccato que me molesta mucho porque los directores de cine suelen confundirlo con el ritmo.
    Pero es necesario añadir que la estructura del guión me ha ayudado mucho ya que nos obligaba a cambiar de escenario muy a menudo:. se pasa del general -en las dependencias del Palacio de Justicia- al íntimo en las casas particulares. Esa oposición termina por convertirse en algo casi esquizofrénico: por una parte está la vida íntima y por la otra la expresión del poder. Ambas traducen los enfrentamientos que se producen en el despacho de la juez. Y por esa razón, en la esfera privada los personajes están juntos, mientras que he reservado los campos y los contracampos a las escenas que ocurren en los despachos.
    BORRACHERA DE PODER es una obra más conductista que psicológica.
    Totalmente, incluso si la película puede dar a entender lo contrario. Creo que esa idea se debe a que he leído más literatura conductista que análisis psicológicos: sobre todo en lo que se refiere a la literatura anglosajona, pero también la de Proust, que tampoco creo que sea muy psicológica...
    Da la impresión de que evita emitir cualquier juicio moral en relación con el escándalo. Se muestra mucho más duro con las relaciones entre clases sociales...
    Es el principio del "jefecillo": cualquiera puede ser el jefecillo de alguien. Lo que me interesaba en la posición del juez de instrucción, es que -en teoría- es quién tiene todo el poder, mientras que en realidad, el único poder que tiene es el que le dan. Y esa realidad es cierta en todos los ámbitos: el conjunto de los personajes están borrachos de poder, aunque eso no se distinga a primera vista. En cuanto se pone en cuestión su poder, se convierten en marionetas que no saben qué hacer. Por ejemplo, cuando Jeanne le dice al presidente del tribunal "¡Cómprese un par de cojones!", está totalmente desconcertado porque eso no forma parte de las reglas del juego.
    La construcción recuerda a una estructura teatral: las vistas constituyen la escena en la que se desarrolla la acción, y los tratos entre los políticos y los especuladores, el núcleo que comenta esa acción...
    Hace tiempo que le doy vueltas a la idea del comentario de la acción. Ya lo intenté en Inocentes con manos sucias (1975): eran dos polis que seguían los acontecimientos, pero que siempre cogían el siguiente metro... Llegaban a conclusiones basándose en lo que acababa de pasar, ¡sin sospechar nunca lo que iba a pasar! Ocurre algo parecido en BORRACHERA DE PODER: se produce un desfase continuo entre lo que provocan los políticos y la acción en la que Jeanne se ve inmersa. ¡Me encanta!
    Es cierto que al principio sentimos más simpatía hacia la juez. Pero poco a poco, Jeanne nos parece una especie de Robespierre con faldas, mientras que sentimos compasión por Humeau ...
    Por supuesto el título de la película también se puede aplicar a : persigue un ideal de justicia, pero el poder que encarna la embriaga. Llega a decir con enorme satisfacción que un juez de instrucción es el personaje más poderoso de Francia. Por el contrario, quería que Humeau resultara bastante patético, sobre todo cuando le descubren inmovilizado en el sillón del hospital... Para mí, la situación ideal es que al final de la película, ambos personajes se apiaden el uno del otro. Es en ese momento cuando comprende la inanidad de todo el escándalo, mientras que él lo comprende a la fuerza, a base de encajar golpes. Se da cuenta de que el poder siempre está entre bastidores y que siempre algún poder por encima del personaje, por muy poderoso que sea...
    Esta es la séptima vez que dirige a Isabelle Huppert.
    Lo cierto es que me hubiera resultado muy difícil hacer la película sin ella. No creo que nadie más podría encarnar esa especie de fragilidad fuerte que la caracteriza. Me gusta ese estilo de "mujercita que se pelea", me emociona mucho. Además, sabía que en ningún momento Isabelle intentaría defender su causa ante el espectador, sino que estaría siempre justificándose: se acepta al asumir el personaje sin hacer trampas al espectador, y eso es muy difícil de encontrar en un actor.
    Sus gafas son color malva y sus guantes son rojos como su bolso...
    Isabelle quería que la película se titulase Los Guantes Rojos. El mérito de ese título era
    recordar que cuando se ejerce el poder en contra de los seres humanos, las manos se vuelven rojas...
    Philippe (Robin Renucci) es un personaje muy complejo. Se podría decir que Jeanne revuelve el fango, mientras que él lo cuida...
    ¡Por supuesto! Es plenamente consciente de que no es malo rebuscar entre el cieno, pero también que no basta... Es un personaje que se muestra totalmente desesperado a lo largo de la película: no logra recuperar a su mujer porque ella tiene cierto poder, mientras que él tiene que hacer concesiones. Además, se ha casado mal ya que Jeanne es la "hija de la portera", mientras que él proviene de un ambiente burgués.
    Félix (Thomas Chabrol) encarna una especie de conciencia y un hipotético amante para Jeanne...
    Como indica su nombre, Félix es un hombre feliz. Es feliz porque no le preocupa nada y no le interesa la ambición en un ambiente totalmente opuesto. Es un personaje que se parece un poco a Thomas. Y esa peculiaridad es lo que atrae a Jeanne. Por el contrario, él sólo siente afecto por ella y le gustaría ayudarla de verdad. Me gusta mucho ese tipo de relaciones ambiguas que no son sexuales, pero que tienen algo de misterioso.
    Y contra todo pronóstico, Jeanne y Erika (Maryline Canto) se entienden maravillosamente bien...
    ¡Es porque son igual de altas! No bromeo. Estoy convencido de que si una de ellas hubiera sido más alta que la otra, se hubiera creado una relación de fuerza.
    La relación Jeanne / Sibaud (Patrick Bruel) es intrigante. Está basada en la seducción, pero también en la traición...
    Aunque parezca increíble, Sibaud pretende hacer de ella una aliada que no le va a costar cara, y que va a poder utilizarla para provocar la caída de Humeau: Patrick Bruel interpreta magníficamente al macho seguro de sí mismo. Jeanne se da cuenta de que la está cortejando, y en cierto sentido se siente traicionada, como si le abandonara su amante... De ahí viene su actitud bastante borde durante las pesquisas.
    ¿Por qué escogió a François Berléand y a Jean-François Balmer?
    En primer lugar, me pareció que tenían varios punto sen común: no tienen superegos y no se toman demasiado en serio. Además, ya había dirigido a Balmer, en Madame Bovary y en No va más, pero nunca a Berléand. Y me di cuenta de que había trabajado con todo el mundo, ¡salvo conmigo! Además, me gusta mucho trabajar con actores con horizontes diferentes para luego darme cuenta de que se conocen: como por ejemplo Berléand, que conocía a Isabelle Huppert desde el principio de su carrera. Por el contrario, siempre intento no trabajar con actores que no se llevan bien porque eso puede ser un verdadero desastre para la película. Por esa razón, debido a que no sabía la relación que existía entre Berléand y Balmer, evité que rodaran juntos. ¡Después me di cuenta de que eran amigos del alma!
    ¿Cómo decidió filmar las vistas, que no son escenas especialmente cinematográficas?
    Era imposible rodar careos de verdad porque casi siempre había otro personaje -el secretario- dentro del plano. Así que no se trataba de un enfrentamiento puro... Cuando la cámara enfoca a Isabelle, la presencia del secretario se vuelve invisible, mientras que cuando enfoca al interrogado, el secretario está a veces dentro del campo y otras veces fuera: decidí volver a meterlo dentro del campo cuando la persona a la que se interroga se imagina que está ahí y por consiguiente no se produce el principio del careo. Por supuesto, a la juez le gustaría olvidarse de la presencia del secretario, pero eso es imposible...
    ¿Qué iluminación quiso para la película?
    Junto con Eduardo Serra, el operador jefe, quisimos que el espectador se diera cuenta si era de noche o de día. Además, queríamos sobre todo que tuviese un papel dominante. Así que nos decantamos por una iluminación natural.
    ¿Ha rodado en escenarios naturales?
    Sí, y lo cierto es que lo prefiero porque los actores no interpretan de la misma forma en un estudio y en escenarios naturales. Y si se quiere ser realista, es mejor rodar en escenarios naturales... Realizamos algunas investigaciones en el Palacio de Justicia para captar los detalles que tienen importancia, como el hecho de que el juez de instrucción -un personaje muy poderoso- no pasa por la escalera principal sin por una escalera lateral, o también que el despacho del juez no está muy limpio que digamos. También volvía a ver Délits Flagrants (1994) de Depardon para no cometer demasiados errores, e hice que la decana de los jueces de instrucciones nos diera su visto bueno.

Trailer: La calle de la amargura